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Enrique Pacho Carbel. Cantar y volar 22 diciembre, 2017

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“Haber logrado que el público me aplauda como intérprete del cancionero popular, ha sido para mí la más honda satisfacción que he experimentado desde que tengo uso de razón”, asegura Pacho Carbel, en un reportaje de la revista porteña Antena.

Amigo de Troilo, Hugo del Carril y Nelly Omar, entre otros muchos, nuestro artista nació en Chamical, en el Sur riojano, el 3 de diciembre de 1917. A los doce ya estaba radicado en una casa de familiares, en Palermo, Buenos Aires. Vivió en la Avenida Juan B. Justo y en la calle El Salvador al 4000, en ese barrio porteño.

“Cuando era muy chico, y vivía en La Rioja, soñaba con hacer algo que llamase la atención de la gente, y verme admirado por ella”, dice el cantante a esa misma revista.

   Cuando Pacho nació, Chamical era una aldea en crecimiento pero empobrecida. Como toda la provincia y la Argentina. Eran épocas en que todavía se verificaba en la realidad social, laboral y económica el país diseñado por la oligarquía a partir de la derrota de las últimas montoneras federales. Era el producto de la dirigencia política que había ganado la guerra en el siglo XIX y de la que había actuado hasta 1916.

Compartió escenarios con Del Carril, Agustín Irusta, María de la Fuente, Oscar Alemán, Oscar Ugarte, Ciriaco Ortiz y el dúo cómico Paquito Busto & Encarnación Fernández. Visitó Mendoza, Rosario, Gualeguaychú, Bahía Blanca y Mar del Plata, como parte de giras organizadas por radio El Mundo.

El 29 de octubre de 1937 grabó con la orquesta de Juan D’ Arienzo: el tango ‘Paciencia’, que poco después se convertirá en gran éxito a través de la versión de Agustín Magaldi, escribe Héctor Ángel Benedetti, en Todotango.com.

La otra pasión

“Soy relativamente feliz y no puedo quejarme de la manera en que empezó a tratarme la vida cuando, ya hombrecito, empecé a contraer compromisos serios. Sin embargo, para que esa felicidad fuese completa, tendría que triunfar también en otro aspecto, completamente opuesto al artístico, y que para mí tiene el inmenso valor de ser la gran inquietud que me domina desde mi infancia”, explica Carbel, en ese reportaje.

Lo dice cuando apenas tenía 22 años y concede un reportaje a esa publicación dedicada al espectáculo.

Consultado en esa entrevista sobre cuáles son sus metas, además de las artísticas, responde: “Siendo muy chiquito soñaba que me había convertido en dominador del aire”.

-¿Así que aviador?

-Usted lo ha dicho. La aviación fue siempre la preocupación de mi vida. Cada vez que divisaba un aeroplano, lo miraba con emoción hasta que se perdía en el espacio, y después yo seguía soñando. Sentía ser el piloto e imaginaba realizar viajes por todo el mundo, convirtiéndome en un motivo de admiración, en todas partes.

-¿Ha volado usted alguna vez?

-Sí. He realizado ya algunos vuelos, y le aseguro que cada vez se acentúa más en mí el entusiasmo por la aviación.

-¿Cuáles son sus propósitos?

-Infinitos. Primero desearía obtener el brevet de piloto civil, y después hacerme dueño de un aeropuerto. Le aseguro que si yo llegase a realizar esa aspiración me consideraría el hombre más feliz de la tierra y del aire.

-¿Únicamente sustenta esa aspiración?

-Esa y otras más. En estos días precisamente estoy realizando gestiones para que se me acepte alumno de la escuela de pilotos civiles, pues yo quisiera ser uno de los cinco mil que se necesitan. El canto y el vuelo son cosas perfectamente compatibles. Volar significa materializar una ilusión.

El nombre

Los papeles dicen que su nombre real es Efraín Enrique Ramón Francisco Pedro Javier Barbell. Es posible que su familia haya querido homenajear a antepasados familiares del futuro artista y por eso aquella profusión de nombres de pila. Se usaba. Pero la incursión en la liga mayor del cancionero popular y la radiofonía argentina, hacia 1937, hizo que usase el más resonante, económico y musical ‘Enrique Carbel”.

El joven Pacho jamás olvidó su ciudad natal y, por ende, su provincia. Así fue que el jueves 16 de abril de 1942 realizó la primera de las dos presentaciones en el recordado Cine Teatro Monumental de la capital riojana, donde fue ovacionado y sacado en andas. Ese tesoro arquitectónico fue derribado. ¿Cómo iba a subsistir? Eso jamás.

Como suele pasar en no pocas veces con artistas o líderes políticos de buena madera, el “cantante nacional”, como siempre lo definieron los diarios y revistas de Buenos Aires, murió el 29 de noviembre de 1945, cuando apenas faltaban cuatro días para que cumpliese 28 años.

   En otras notas se podrá incluir más detalles de su familia y visitas a la capital provincial, a Chamical y a la localidad de Santa Lucía, en el mismo departamento Chamical.

 Fuentes:

Diarios: El Independiente y Clarín; y las revistas Antena y Sintonía; y el sitio Todotango.com. El texto de Benedetti leído en junio de 2016. En el primero de los diarios son de gran utilidad los datos bridados de dos notas escritas por el riojano Juan Carlos Soria.

Gracias a la señora Elena del Carmen Luján, de Chamical, por los materiales, textos y datos sobre el artista. Y al escritor de Chamical Luis Alberto Chacho Corzo, por sus ideas y consejos.

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Joaquín V. González y la eliminación de los peligrosos 19 diciembre, 2014

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*Fragmento de un próximo libro.

La meta para leer la literatura o la ensayística de González (los ensayos son también literatura) no tiene otro propósito que el de conocer más a ese polígrafo riojano que trasciende las fronteras nacionales y de América Latina. Nuestro escritor no es un clásico de las letras riojanas como se suele decir con ingenuidad, sino de la literatura argentina e hispanoamericana y hasta tuvo minuciosos lectores en Europa, mucho antes de la irrupción de lo que conoce como el boom latinoamericano de la literatura.

Patria y Democracia (1920) es el ensayo político más importante de ese político. En definitiva, se trata de llevar a cabo una deconstrucción de González. Es decir, salir de los tradicionales comentarios biográficos y homenajes escolares, apartarse de su aureola de prócer y romper el mito y el encierro al que lo confinaron sus más enconados aduladores. (Ver mi Joaquín V. González. La civilización en las rodillas de la barbarie, Buenos Aires, Editorial Lajouane, 2010).

Muchos de sus defensores acérrimos siquiera tuvieron la deferencia de leerlo en profundidad o, al menos, simplemente leerlo. Estamos convencidos de que aquella escritura redactada hacia el veinte es más importante que El Juicio del Siglo (1910), aunque aquí claro está ya están planteados temas y taras que a su vez estaban en la Tradición Nacional (1888) y que se profundizarán en forma definitiva, sin retorno posible, en ese texto del 20.

El libro que veremos jamás tuvo una crítica ni siquiera reseñas periodísticas cuando ya casi se cumplirá un siglo de su publicación. Los credos fundamentales de la obra tienen una profunda y desgraciada vigencia en los albores del siglo XXI y fue cántaro pródigo en doctrina para las dictaduras funestas de la centuria pasada. He allí la importancia de un escrito que permaneció prácticamente oculto como otros del mismo autor.

Lo escribe cuando él y su partido político ya estaban en el desierto político,  Hipólito Yrigoyen va por su cuarto año de mandato, se abre una década sombría, apenas cuatro años después Leopoldo Lugones anunciará “la hora de la espada” desde Perú, los fascistas nativos y europeos baten tambores de guerra, está fresca la creación de la Liga Patriótica, que era una incendiaria organización de comandos civiles de chicos bien dedicados a resguardar “la nacionalidad” y a cuidarle el culo a la oligarquía, porque no debemos perder de vista que muchas veces la oligarquía no gobierna ni delibera sino por medio de sus alcahuetes y cuando la patria reclama con urgencia entonces “sacrifica” a alguno de sus propios cuadros.

   González, tres años antes de morir y a diez de haber redactado El Juicio del Siglo, escribió otro ensayo fundamental y más violento que aquel: Patria y Democracia (1920).[1] Allí nos ofrece auténticas joyas discursivas que luego habrán de hacer suyas los peores dictadores de América Latina, de la Argentina en particular, y de gran parte también de la sociedad durante todo el siglo XX e incluso las usará un decadente y agresivo sistema mediático en los albores de la presente centuria y serán los fundamentos que se esgrimen también por parte del fascismo europeo a partir de los años veinte.

Eliminación de inútiles, ineficaces, peligrosos o incapaces

En Patria y Democracia, González está obsesionado por la cada vez más fuerte lucha de los trabajadores que se registra en la Argentina y en el mundo, especialmente en las grandes ciudades como Buenos Aires, por la búsqueda de medidas tendientes a impedir que ingresen más inmigrantes y por temor a que ellos se sumaren a las reivindicaciones laborales ya en marcha. Se desvela por encontrar también formas para expulsar a quienes tuviesen la osadía de organizarse para reclamar reducción de jornadas laborales y salarios dignos, entre otros pedidos racionales.

El escrito tiene sus antecedentes que se remontan a El Juicio del Siglo (1910), como ya aseguramos y en algunos de sus relatos de los libros Historias (1900) y Cuentos (1893) e incluso se lo puede observar en el libro con el que lanza su proyecto narrativo inscripto en el nativismo pseudonacionalista y de corte sarmientino: La Tradición Nacional (1888). En este último escrito y primero de importancia ya están anunciados los proyectos narrativos futuros y aparece expuesto también el rumbo ideológico de González como vocero de la oligarquía terrateniente que diseñó la Argentina a partir del siglo XIX.

A pesar de los cambios que se leen en sus escritos a medida que se acerca el centenario y hasta 1920, González no sólo no cambia su nativismo ni deja de hacer suya la fórmula política y cultural ‘civilización o barbarie’, sino que profundiza sus visión de mundo conservadora y hacia el inicio de la década del veinte lo encontramos plenamente ubicado en la derecha política y totalmente reaccionario.

En el capítulo II, titulado ‘Nacionalismo y patriotismo’ entra de lleno en el tema que se propone abordar: “Se impone establecer una norma y una ‘ratio’ o proporción, tanto para el aumento de los factores útiles o favorables, como de eliminación de los inútiles, ineficaces, peligrosos o incapaces (destacado nuestro) para contribuir al fin supremo y vital de la selección. Es lo que en los reinos de la eugenesia y de la sociología se denomina ‘eliminación de los ineptos’”.

[1] González, Joaquín Víctor, Patria y Democracia, Buenos Aires, Atlántida, 1920. Ese libro no tiene hasta la actualidad nuevas ediciones. Esa edición se encuentra en la Biblioteca del Congreso de la Nación Argentina. (…)

Gracias 20 agosto, 2011

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Gracias a todos los que hicieron posible las presentaciones de mi libro Joaquín V. González. La civilización en las rodillas de la barbarie, Lajouane, Buenos Aires, 2010. Al público, amigos y compañeros y familiares, Gracias. También vaya mi agradecimiento a las autoridades provinciales de La Rioja, en particular al personal muy antento y amable de la Secretaría de Cultura de La Rioja; y a la Municipalidad de Chamical y también a su Secretaría de Cultura por haberme permitido presentar por primera vez el libro.
Horacio Raúl Campos.

Editaron un libro sobre la literatura de J.V. González 13 May, 2010

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20160213_163119[1]Por Juan David*

LIBRO: Campos, Horacio Raúl,  Joaquín V. González. La civilización en las rodillas de la barbarie, Buenos Aires, editorial Lajouane, 2010.

Por fin. Este libro debió salir el año pasado, pero por problemas ajenos a la voluntad del autor se demoró más de lo previsto.

Su autor es nuestro amigo de Chamical. El está radicado en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Se trata de un ensayo sobre la escritura de González. Según mi parecer, el libro intenta, y lo lograr con creces, dar con la clave y los fundamentos de la escritura de ese monumental polígrafo que fue González.

En sus páginas puntualiza con fuerza la estética ideológica del escritor riojano, que es autor de una extensa obra literaria. También escribió sobre derecho, política y pedagogía.

El ensayo examina con fuerza el lugar desde donde escribe González: Qué sublima, con quiénes confronta, qué pasa con los diferentes sujetos sociales.  El autor del trabajo lee la escritura de González y también lee las series sociales, como la política y la economía, que rodean la producción de González, ministro del Interior de Roca.

A pesar de la generosa cantidad de escritura de González, es escasa la crítica de su obra literaria y nos parece que este libro es el comienzo, la puntada inicial, para una indagación mayor de la ficción de ese autor o para llevar a cabo una crítica desde otros puntos de vista.

El ensayo nos dice que Gonzáles escribe dentro del nativismo, que expresa diferencias respecto del nativismo rioplatense, que sublima espacios geográficos, flora, fauna y personajes de su provincia y que sus textos están informados por la fórmula “civilización i barbarie”. Y que por este último motivo confronta en sus relatos con las Montoneras federales y que hacia el Centenario encontramos un González totalmente racistas, fruto del positivismo universitario.

“El libro tiene, entre otras metas, conocer más a González. Y una de las formas de hacerlo es la crítica a algunos aspectos de su escritura”, nos explicó su autor, que agrega: «González además, en su escritura, dejó ideas fundacionales sobre el país que aún nos acompañan».

El autor ratificó que tiene previsto presentar su libro en Chamical y en otros puntos de La Rioja. Nuestro querido H. Raúl Campos nació en Puesto El Alto, departamento Chamical, La Rioja. Es licenciado en periodismo por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, donde también estudio letras.

El examen crítico sobre González será sometido también a la crítica.  A nosotros nos gustó, espero que guste.

*Es escritor y estudió letras en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Está radicado en Monte Grande, conurbano bonaerense.

Cómo era Chamical antes de la dictadura 28 marzo, 2010

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 Por Roberto Pochi Valdés*

   Por fin he podido conocer Chamical, el pago de mi amigo Horacio Raúl Campos. Para mí es sólo ‘Raúl’. El siguiente escrito es para contar algo de la vida de Chamical anterior a la dictadura, es decir, cómo era esa ciudad hasta la dictadura. El escrito no configura una historia, aunque en parte lo sea, y se redactó sobre la base de testimonios de mi amigo. De mutuo acuerdo accedí a escribir sobre la base de lo que él me contó durante varios años y de mis propias observaciones. A 34 años de aquel golpe de Estado.

Las significaciones profundas de la dictadura

   La dictadura cívico-militar que dio el golpe de Estado en la Argentina el 24 de marzo de 1976 y que aplicó el terrorismo estatal hasta el 10 de diciembre de 1983 significó la muerte en varios sentidos. Ese “proceso” significó una brutal restauración de las peores políticas económicas, laborales y sociales impuestas en la Argentina, que retrocedió a 1910 o al período anterior a los primeros gobiernos peronistas. Produjo matanzas, desapariciones y represión dramáticamente horizontales. Nadie quedó a salvo: Obreros de comisiones internas de plantas industriales, personas de todas las religiones y clases sociales: católicos, evangelistas, judíos, musulmanes, etc.

  Mató a funcionarios y diplomáticos de la misma dictadura, personal de las fuerzas de seguridad, a militares, soldados conscriptos, actores, amas de casa, empresarios, dirigentes políticos y sindicales, funcionarios de todos los niveles del Estado del período anterior, estudiantes universitarios y secundarios, adolescentes, curas, laicos obispos, periodistas, escritores y personas de las diversas profesiones: contadores, abogados, bioquímicos, ingenieros, docentes, historiadores, arquitectos y a “todos los enemigos de la patria”, con el exclusivo fin de aplicar un programa económico y cultural.

   Hay unas lacerantes presencias en nuestro país que son herencias de aquella dictadura, cuya ferocidad ya se había manifestado en otras dictaduras de otros países: Recuérdese la experiencia chilena a partir de 1973 o la matanza de Rafael Leónidas Trujillo en la República Dominicana, donde la práctica de hacer desaparecer o tirar al mar a opositores, sospechosos y a otros por las dudas la venía realizando con creces desde finales del ’30 hasta los inicios de los ’60 cuando lo asesinaron.

Los trenes

   ¿Y cómo se manifiesta la decadencia de la Argentina después de 1976? En Chamical, por ejemplo, antes de la dictadura había trenes de carga, me decía Raúl. El año pasado recorrí las instalaciones ferroviarias de allí. La estación se llamaba o se llama Gobernador Gordillo. Aunque inservibles y abandonadas, las vías están levemente enterradas y todavía se pueden apreciar la estructura general del complejo de carga de materias primas (yeso, granito, laja, maderas, carbón), el galpón de reparaciones, vestigios para la carga de agua, depósitos de mercaderías, casas de empleados ferroviarios y la estación misma que todavía se mantiene en pie y mis propias observaciones no contradijeron el relato de mi colega de hace varios años.

   Cuando mi amigo me contaba de su Chamical de fines del ’60 y de la primera mitad de los ’70 se me hacía que me contaba la historia de un pueblo de ficción, por la forma que contaba, sus énfasis, detalles y demás. Así fue que me decía que había también trenes de pasajeros entre Córdoba y La Rioja y que obviamente se detenían en Chamical, porque entre las dos capitales de esas provincias, Chamical era una de las localidades más importantes, junto a Cruz del Eje y otras de las sierras cordobesas.

   El intenso tráfico ferroviario semanal se completaba, me decía, con la circulación de un Coche Motor, que era algo así como un tren rápido de unos pocos vagones entre Córdoba y La Rioja. No me supo precisar si tenía un precio diferencial por ser rápido y que también creía que cumplía un servicio postal.

   En otra ocasión, creo que nos encontrábamos en una pizzería cerca de la Estación Lanús y apenas nos sentamos me alardeó con las precisiones: “La estación de Chamical está en el kilómetro 666,8”. Era un dato innecesario y que sólo era aportado para eliminar todo vestigio de incredulidad de mí parte.

   “El tren pasajero pasaba por la mañana hacia la capital de La Rioja y a la vuelta lo hacía de noche para Córdoba. Por las noches, la estación era parte del paseo nocturno porque íbamos hasta ahí, mirábamos quien se iba, quién llegaba, había chicas que se asomaban por las ventanillas y como el tren paraba un largo rato, entonces, a veces, nos subíamos al tren, sólo para molestar”, recuerdo que me contaba en una de las tantas charlas en pizzerías de Lanús o de Lomas, en mi casa o en el bar de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, donde lo conocí.

La Ñusta, el frigorífico y los festivales

     ¿Y qué más había en Chamical antes de la decadencia como decís vos?, le pregunté un día en mi casa. Existía una gaseosa local, me cuenta. Me puntualiza que se llamaba Ñusta y que tenía cinco sabores. Sin embargo, la gaseosa regional, y oficial de la zona, no pudo competir con las actuales marcas monopólicas y sucumbió. ¡Una gaseosa propia!, había exclamado yo cuando me lo contó. ¡Esa sí que no te la creo! Bueno, no me creas, investigá por tu cuenta, chequeá el dato y listo, me había respondido casi con desgano, en una de esas desaforadas noches de verano, cerca del Parque Ulrico Schmidl, donde vivía yo con Lucía.

   Las fiestas, los bailes y el funcionamiento de clubes que todo pueblo chico o grande ostenta no podían estar ausentes. Me dice que también había un gran festival folclórico, que se hacía anualmente en octubre, en coincidencia con las ‘Fiestas de Polco’ en honor a la Virgen del Rosario de Polco, una fiesta patronal que se lleva a cabo precisamente en Polco, un lugar que también visité y que es pintoresco y muy agradable. Está cerca de las sierras que cruzan por Chamical y esas festividades religiosas se realizan los dos primeros domingos de octubre.

   Era un festival folclórico, me dice, anual, que se llamaba ‘Lanzamiento folclórico de los Llanos Riojanos’ en el que participaban artistas locales, provinciales y reconocidos representantes nacionales. ¿Quién de los reconocidos folcloristas argentinos de aquellos momentos estuvo ahí?, lo apuré a Raúl una noche en mi casa, mientras comíamos con Lucía, que entonces era mi novia y tengo tan presente esa noche porque fue un odioso 1 abril de 1991 porque amanecí con una terrible bronquitis que cambió mi vida por muchos años.

   Me gustaría saber por qué le pusieron ‘Lanzamiento’ al festival que es un nombre que le podría caber a la primera edición y talvez no tanto a las restantes. Creo, me cuenta, que por la influencia de la base. ¿Qué base? Después te cuento, me promete esa misma noche.

   Ahora no recuerdo bien quiénes iban a ese festival, me desilusiona. Todos los grupos de folcloristas del 60 y el 70 y los solistas de aquel momento fueron al menos una vez a ese festival. También recuerdo, dice, que había una manía por tapar todas las veredas de tierra con piedra laja. ¿Cómo?, le pregunto un poco azorado. Sí, en vez de baldosas, les ponían lajas, se suponía que para hacerlas más lindas, porque en la zona había muchas lajas, en realidad, las canteras de lajas estaban en Olta, un pueblo que está al sur de Chamical, cerca, ahí no más. Creo que lo hacían las autoridades municipales y me parece que todo les salía gratis, al menos la mano de obra, porque trabajaban soldados de la base de ahí. Bueno, está bien, pero no te olvides de contarme un día lo de la base, le había pedido.

   Y el año pasado, la tarde que llegué a Retiro con Lucía para viajar a Chamical, en la empresa Urquiza, Raúl me esperaba en uno de los bares de allí, para despedirnos como lo había prometido el día anterior, ocasión en que me relató un catálogo de cosas. “Vas a ir al pueblo donde antes de la dictadura funcionaba hasta un frigorífico”, me dijo. Y los tres nos reímos porque nos hacía volver a la época de estudiantes de periodismo en Lomas o a las charlas posteriores a la salida de alguna materia de letras. ¿Un frigorífico?, pregunté extrañado. Sí, un frigorífico. ¿Qué tiene de raro?, me recriminó ¿Y qué hacían en el frigorífico? Me contó que allí se elaboraron diferentes tipos de embutidos que se distribuían en provincias vecinas. ¿Y de qué eran los embustidos? A eso lo tenés que investigar vos, me respondió. Luego me explicó que un pequeño porcentaje de las elaboraciones eran de carne de vaca y que el resto no te lo tenías que imaginar para poder comer la mortadela sin prevenciones.

   También había otros espectáculos como carreras de motos o de bicicletas, los domingos, claro, me dice, por un circuito callejero, con representantes locales y de otras provincias y así podíamos disfrutar de las motos Zanella 125 que volaban por las calles y las esquinas, en ocasiones de fechas patrias, me explica, aunque a veces también lo hacían para el aniversario del pueblo. “En realidad el aniversario del pueblo habría que celebrarlo para la fundación de Polco, porque Chamical nace o desciende de Polco, es decir que Chamical tiene fácilmente trecientos años, aunque los primeros pobladores del actual pueblo se radicaron a fines del siglo XIX”, me enfatiza, y le creo, sobre todo porque no le puedo refutar nada, ya que me confieso ignorante de la historia del pueblo de mi amigo. Aunque a mí me parece que Chamical es uno de esos pueblos o ciudades que creció a orillas de una estación ferroviaria  como fruto del proyecto roquista del ’80, agroexportador.

 Me dice también que disfrutaban mucho de los grandes bailes de carnaval y los premios para los disfrazados y recuerda que una vez se disfrazó de botella de Ñusta y que como el disfraz estaba hecho de cartones una noche de tormenta se le deshilachó el disfraz y no pudo concursar. En este último episodio talvez se halla entreverada la realidad y la ficción y más allá de eso el traspié no deja de ser gracioso.

Cine, cohetes y fútbol

   ¿Chamical era la sede central de una liga de fútbol?, pregunté bastante incrédulo porque me había empezado a contar que se disputaba un campeonato anual. Sí, me dice, había una cancha de fútbol, como los reglamentos oficiales mandan, y participaban los equipos locales y equipos de otros municipios vecinos. ¿Y qué capacidad tenía la cancha? ¿Cómo qué capacidad? Sí, cuánta gente entraba. Ah, sí, no sé, en aquel momento tenía tribunas detrás de un arco, donde siempre iban los hinchas del Club Barrio Argentino, que eran algo así como los eternos visitantes, porque Chamical estaba dividido en dos, precisamente por las vías ferroviarias, y entonces, para el Este estaba, en realidad todavía está, ese club, que monopolizaba casi todo el cincuenta por ciento de la ciudad y de la afición futbolera, y en el Oeste convivían las hinchadas de los restantes tres o cuatro clubes , y los de Argentino eran como visitantes porque en el Oeste estaba la única cancha, y la otra tribuna estaba  en un costado, del lado norte, que se había estrenado, creo, un día que fue Banfield y le ganó 3 a 1 a la Liga, y me aclara que él era o es hincha de Tiro Federal, uno de los clubes, porque tenía la camiseta de Boca, pero sobre todo porque era del Oeste de la ciudad. Vivía, me dice, justo al lado de una enorme carpintería, cuyas máquinas aullaban durante el día haciendo muebles, puertas y ventanas.

   Antes me comentabas que soldados conscriptos ayudaban a poner las piedras lajas en las veredas para las épocas del festival. Supongo que eran de la base que mencionaste antes.  Ah, sí, eran de la base, porque antes en Chamical había una base de la Fuerza Aérea y hacían pruebas con cohetes. ¿Cohetes? Sí, cohetes, misiles. ¡Misiles! Esas es otra que no te la creo ni aunque estuviese mirando el lanzamiento de uno. Sí, me tenés que creer. Se tiraban cohetes de investigación atmosférica. Pero de la base sólo quedan sus instalaciones vacías, con escaso personal. “Antes allí, entre el personal civil, militar y los familiares y los soldados, habría unas quinientas personas”, puntualiza

   ¿Sabías que vi La Tregua en Chamical? Y eso suena más verosímil porque un cine al menos habría, todo pueblo tiene uno. «Había tres», me dice con tono sobrador. ¡Tres cines había! Sí, tres cines. Y un día me llevaron de la escuela para ver ese bodrio llamado El santo de la espada. Ojo, me aclara, también veíamos bodrios por nuestra cuenta, sin que nadie nos obligase. Uno de los cines estaba frente a la Plaza Castro Barros, el Apolo, que dependía de la Iglesia; otro, el cine Mayo, estaba frente a la Plaza San Martín, la principal del pueblo; y el otro, se encontraba dentro de la base, aunque a veces se abría para el resto del pueblo. Y como si alguien hubiese planificado su ubicación, los tres equidistaban. Me quedé pensando en el nombre de uno de los cines, el primero que nombraste, ‘Apolo’, por qué le habrán puesto Apolo. Seguramente que el nombre, conjetura Raúl, habría sido elegido por alguno de los curas de la Iglesia El Salvador hacia fines de los ’60 como un homenaje al viaje a la Luna, no sé, o al supuesto viaje a la Luna.

   Con cuáles de todas esas cosas nos vamos a encontrar, le pregunto. Raúl me dice: “Pochi, Lucía, que tengan un muy buen viaje y espero que disfruten». Nos abraza una y otra vez. Con Nada, responde, cuando ya casi teníamos un pie en el primer escalón del Urquiza. ¡Sólo los afectos!, nos enfatiza.-

*Es periodista y está actualmente radicado en Temperley, provincia de Buenos Aires.

Más sobre la literatura de González y Gatica 25 octubre, 2009

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  La revista bonaerense La historia no es circular realizó una serie de reportajes a docentes, escritores y críticos sobre literatura argentina entre 1989 y 1992. En ese contexto, se le hizo un reportaje a Roberto Pochi Valdés1, quien se refirió a las escrituras de Joaquín V. González y de Héctor David Gatica, ambos de la provincia de La Rioja. Esta joya estuvo perdida desde hace casi veinte años y ahora la compartimos con otros lectores, porque no ha perdido actualidad. El propio Valdés me ofreció su publicación.

P.: ¿Qué opina de la literatura de Joaquín V. González?  

R.: La escritura de González no es más importante que la de  Gatica. Además la escritura de Gatica es mejor que la de González.

P.: ¿Por qué es mejor Gatica que González?

R.: Y ahí están los relatos de González o las fábulas, un corpus repleto de un nativismo muy funcional a un sistema político y cultural hegemónico. Mientras ensayaba un nativismo contra la inmigración, La Rioja  y el país se caía a pedazos a raíz de sus propias opciones políticas. González busca deliberadamente el sosiego en la tranquilidad de las faldas de las montañas, mientras la  provincia era condenada a la pobreza por el mismo régimen político al que pertenecía.

P.: ¿Cómo relaciona la política de González con su obra literaria?

R.: Puede o no haber relación. Una literatura, cualquier literatura, que no tenga una referencia con la política, la economía, la cultura y la sociedad donde nace casi no existe, porque en la literatura hay ideas. Y si la relación con la sociedad en que se escribe está muy tamizada o directamente no existiese, creyendo en esta hipótesis, sería una manera de relación. En el caso de González, hábilmente condensa costumbrismo e historia y así es como condena a unos de los actores políticos de las contiendas civiles, utiliza la ironía para tratar al inmigrante y también impulsa la legislación para poner freno a la creciente protesta social. Examinemos cuidadosamente el Juicio del siglo, una obra en la que González introduce el tema de la inferioridad de algunas razas. Algo terrible y que tiene una vigencia absoluta en la sociedad argentina de fines del siglo XX.

P.: ¿Usted quiere decir que González de alguna manera hace historia por medio de la ficción?

R.: Sí. Y de eso no tenga la menor duda. González narra la historia de las peleas políticas entre unitarios y federales por medio del relato costumbrista y también por medio del ensayo político.

P.: Pero no me respondió por qué González es menos que Gatica o éste más que González, según su óptica.

R.: Lo de Gatica es una poética que yo la llamaría como realismo rural del despojo o el destierro. En Gatica está el destierro, un tema común de cierta narrativa latinoamericana. Creo que lleva a cabo un realismo rural de tipo verosímil de una fenomenal belleza. Su escritura está alejada de la de González.

P.: ¿Qué otras cosas ofrece la literatura de Gatica?

R.: Además del destierro, también está  la apropiación de los bienes de los puesteros de los Llanos riojanos. Está la expropiación del sudor del trabajador rural riojano. Allí están pintados en una prosa de una hondura tremenda; con un realismo que obviamente no tiene nada que ver con el realismo europeo del siglo XIX y mucho menos con el costumbrismo del tipo de Echeverría o del propio González.

P.: Un realismo en Gatica, mientras otros también practicaban algo parecido en otras partes.

R.: Sí, y por eso digo, y no soy el único, que Gatica es el Chejov latinoamericano. Su libro Los fundadores del olvido es clave. Eso es lo que me parece. Todavía está pendiente una crítica que comprenda a toda la prosa y la poética de Gatica. Obviamente, también diría lo mismo de González o de otro poeta enorme como Ariel Ferraro.

P.: ¿Piensa que en la Argentina o en La Rioja González es más valorizado que Gatica?

R.: No es que se haya valorizado más a uno que a otro. Lo que es evidente que ciertos aspectos fundamentales contenidos en la obra literaria de González no fueron estudiados como se debe. Eso es todo. De hecho, en la Argentina y en particular en La Rioja, la provincia natal de González y de Gatica, la crítica literaria sobre González y Gatica o cualquiera otro autor, es casi inexistente. Y no sé por qué.

P.: ¿No es apresurado decir que no hay crítica sobre González?

R.: No, y le cuento por qué. La crítica y los estudios recayeron en la obra política, jurídica o pedagógica de González. Esto no quiere decir que nadie haya dicho absolutamente nada sobre su prosa o la poética. De hecho hay análisis sobre Fábulas Nativas y La Tradición Nacional, pero escasos o parciales.

P.: ¿Hay otros trabajos sobre algunas de sus principales obras literarias?

R.: Sí, claro que los hay. Hay críticos e investigadores argentinos que lo han mencionado, pero a lo sumo en dos o tres páginas o media página de obras que tienen que ver con temas generales de la inmigración, la poesía argentina, o alguna antología de cuentos o en  ensayos. Pero nada más. Que yo conozca no hay una crítica general de la obra literaria, salvo algunas pocas, y mucho menos de los relatos.

P.: ¿Qué es la crítica literaria?

R.: Creo que voy a dar una definición corta y quizá insuficiente. Me parece que es una forma de conocer, porque criticar ayuda a conocer más una obra. Con la crítica se puede humanizar la escritura y al personaje que la escribió, sea quien fuere, porque la crítica no disminuye la estatura intelectual de un escritor, sino todo lo contrario. No estoy muy de acuerdo con la crítica que ignora al autor.

P: ¿No le parece que hay más obras de historia que de crítica literaria en La Rioja?

R.: Sí, es cierto. Hay muchas obras de historia, aunque también pasa lo mismo en otras regiones del país. Creo que se debe al rico pasado histórico, político y social de La Rioja. Y los historiadores, al caer la provincia en una prolongada decadencia han querido, de alguna manera, aportar al conocimiento de la verdadera historia de esas luchas. Pero hoy nadie seriamente puede cuestionar el papel de los líderes políticos y militares de las Montoneras federales porque hay suficiente bibliografía bien documentada.

P.: Noto que le gusta mucho más la obra de Gatica que la de González.

R.: No se trata de que me guste más o menos. Ocurre que leer a Gatica es leer la poesía y la vida de Latinoamérica profunda. Cuando leo a Gatica parece que leo a un país de carne y hueso. Si usted me permite, diría que lo que Gatica hace es dar cuenta de cierta decadencia de una región del país, porque a Gatica no se le ocurrió ir a cantarles a los pájaros al pie de una montaña o a escuchar el canto de los horneros de los Llanos mientras dormía debajo de un algarrobo.

P.: ¿Y eso es una crítica a González?

R.: González tuvo la oportunidad de llevar a cabo una gran obra literaria, moderna, del siglo veinte. Incluso estuvo a punto de escribir una novela, que seguramente desechó el proyecto porque habrá creído que era un género plebeyo y popular y él era un aristócrata, que prefirió el relato nativista para reafirmar un ideario nacional desde el poder y por eso huye de la ciudad hacia el sosiego de las montañas.

P.: No se puede desconocer que escribió una obra monumental.

R.: Y nadie lo niega. Lo que digo es que esa obra monumental estaba al servicio de un sistema de ideas, económico y social. González queda preso de una matriz ideológica caduca, del siglo XIX, como es civilización y barbarie. Incluso en su obra de comienzos del siglo XX, como es el caso del Juicio del Siglo, informado por un positivismo racista incomprensible. Hay que desnaturalizar la escritura de González.

P.: Tampoco se puede desconocer que González fue el más lúcido de los intelectuales del momento.

R.: Algo que tampoco niego. Quién puede negar eso. Lo que generalmente se suele decir es que González era una suerte de dirigente e intelectual progresista y cosas por el estilo y creo que es una definición parcial.

P.: ¿Cree que eso no era así?

R.: Si hubiera sido progresista hubiera redactado la ley sobre el voto secreto obligatorio y universal para los varones y las mujeres. Y ya sabemos cuál era la concepción de democracia que tenía. Claro que escribió para descomprimir un estado de cosas que otros no veían y que él sí. Si el ala más dura del régimen quería tiros, palos y deportaciones de inmigrantes y González propone una legislación para encausar el sistema, entonces, obviamente, González aparece como progresista. ¿Pero cómo puede ser progresista alguien que habla sobre razas inferiores en la Argentina?

 1. Valdés es periodista, docente y estudio letras. Junto al colega Juan David y la docente Lucía Dolores Días fueron quienes más me aportaron para escribir el libro Joaquín V. González. La civilización en rodillas de la barbarie, Buenos Aires, editorial Lajouane, de próxima aparición. La culpa de que Valdés, David y Días se metiesen con escritores argentinos del interior es totalmente mía. Seminarios, jornadas, ciclos de debates  y charlas domésticas,  en los que participamos, desde hace varios años, tuvieron como centro a esos y a otros escritores de otras provincias. En ese marco de discusiones, nació la idea de escribir un libro sobre la literatura de González.

El canon literario de Gatica 30 agosto, 2009

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*Por Horacio Raúl Campos.

    El último libro de Héctor David Gatica se llama nada más y nada menos que El Viaje (Córdoba, 2009). Un viaje implica desplazarse, salir del inmovilismo, escapar de la quietud, conocer más, entrevistarse con personas, mirar personas, dirigirles la palabra, no dirigirles la palabra, contemplar la decadencia y la vida, ponerse contento ante un encuentro, triste ante las ausencias y al partir otra vez, para luego volver y encontrar las cosas diferentes, para mal o para bien, nunca iguales.

   El profundo viaje de Gatica, aunque me gusta más hablar de los viajes, como el río, los animales, el mar, las nubes, en fin, las personas, se compone de cinco jornadas. En el poema que le da nombre al libro se encuentra un canon de la literatura universal, que fija el poeta de Villa Nidia.

   El de Gatica es un viaje por las letras, universal, y a medida que recorre el mundo, lleno de vida, se encuentra con escritores franceses, realistas unos; surrealistas y comunistas, otros; allí también aparece ese tremendo poeta francés, Rimbaud, el de Une Saison en Enfer (Una Temporada en el Infierno), cuyo conocimiento profundo o relectura haría irritar a cualquier sociedad de estos tiempos.

   El tren literario de Gatica también llega y pasa por la estación Chejov, cuya escritura felizmente es difícil de encasillar, como la misma que lleva a cabo el propio poeta que nos convoca ahora, aunque en ambos se podría decir que allí está el realismo rural y social. No me voy a poner a discutir ahora qué es el realismo.

    La escritura de Chejov, sus campesinos, los aristócratas que pierden sus propiedades a manos de otra clase social, más trabajadora, que marca un final de época, también el éxodo, los abusos tributarios contra pequeños campesinos (los mujik), sus personajes en los que no hay héroes ni villanos, ni nativismo conservador, merece ser cotejada con la de Gatica, en un trabajo más amplio y sistemático.

   Examinar los personajes del escritor ruso, a quien se lo clasifica como protominimalista, teniendo en cuenta que el minimalismo se  caracteriza por los escasos personajes, escenas mínimas, frases y escrituras bastantes breves,  y contraponerlos a los de Gatica, es un muy interesante trabajo que se podría encarar, para conocer más a Chejov, y sobre todo al poeta riojano. ¿Qué ocurre con los campesinos rusos o mujik y los puesteros riojanos? Buscar similitudes y diferencias.

   En Gatica, en sus cuentos, vive lo que denomino ‘escenas rápidas’, donde un personaje se desenvuelve ejecutivamente, durante sus trabajos que le llevan algunas horas, a lo sumo un día, en sus labores en un puesto o en su casa, en la ciudad. Como el personaje de ecos arltianos de ‘Márgenes de la muerte’: “Preparó al comida, almorzó, lavó los platos, hizo la limpieza de la casa, puso en jabón la ropa”.

   Lo mismo pasa con la Elina de ‘Los fundadores del olvido’, cuyo esposo funda el puesto La Estrella. O, me gusta más, el puesto “El Olvido”, que saca leche, les sirve desayunos a sus hijos, hace quesos y le da al telar, todo rápidamente.

   Luego pasa por el alemán Novalis, Poe y el inolvidable granadino asesinado por las balas fascistas del franquismo, el de la Oda a Walt Whitman. Aunque antes había pasado por el turco Nazim Hikmet.

   Gatica precisamente también llega a la estación Whitman, ese formidable norteamericano,  de quien Borges admiraba los pormenores menos importantes de su vida personal, mientras que rechaza aquellos asuntos fundamentales relacionados a su alistamiento armado a favor de la liberación de los esclavos negros y contra el Sur algodonero agropecuario esclavista. No podía ser de otra manera, Borges odiaba a los negros.

 

El viaje también tiene estaciones intermedias

 

   En ese viaje universal, ahora Gatica vuela a Perú, el país de César Vallejo, que en su Trilce complejo rompe violentamente con las reglas de la rima y las normas métricas, como también lo hace el propio poeta riojano en el poema que nos ocupa. Es el mismo peruano que se alistó contra el franquismo medievalizante, el de  Paco Yunque, donde se escribe sobre la explotación de una clase social por otra.

   Así, el poema itinerante va llegando a unas estaciones y sigue, no se detiene, pasa rápidamente; el canon de literatura de aquí y de allá de Gatica se pone de relieve por medio de los mismos principios fundamentales de algunos de sus escritores preferidos, por ejemplo, Chejov, como ya se dijo. Llega y emprende viaje hacia José María Arguedas, el de Los ríos profundos, luego va con destino al autor de El viejo y el mar, London, Pavese y llega para detenerse un rato en otro impresionante español: Miguel Hernández, otra víctima de la dictadura franquista.

   La estación Tagore sigue en el recorrido. Rabindranath no podía salir de su asombro porque Victoria Campo tenía adornada su casa con elementos traídos de Europa, cuando ese premio Nobel vino a la Argentina a principios del siglo XX. Tagore no podía entender el enajenamiento mental de la aristocracia sudaca argentina.

   Antes de hacer su entrada a una esas importantes estaciones de trasbordo, había pasado por China. Entra emocionadamente a los andenes de Rulfo y su bellísima novela Pedro Páramo, que clausura el ciclo de la novelista mejicana de la guerra y que a su vez abre uno más grande que es el de la literatura de la segunda mitad del siglo XX. En la escritura de Gatica también se pueden percibir perfumes del autor de El llano en llamas. Luego sigue rumbo a Herman Hesse y a Stevenson.

   Sin embargo, el recorrido tiene estaciones intermedias y llevan los nombres de los personajes de algunos de sus relatos: Facundo Velázquez, Alfredo Leyes, Manuel Flores, Horacio Guardia, Natividad Maldonado, Luis Fernández y Pedro Berón. Sugestivamente sólo nombra a siete. Algunos de ellos tallan en Los fundadores del olvido. En la escritura de Gatica quedan pendientes varios trabajos que habrá que llevar a cabo. Que cualquiera podría hacer, especialmente la crítica sean o no riojanos. ¿Cómo son los personajes de la narrativa o poética de Gatica? ¿Qué ocurre con los personajes femeninos? Otro trabajo interesante sería examinar el papel del periodismo en algunos relatos que tienen como característica principal la denuncia. Es decir, cuando el periodismo todavía tenía restos de decencia que lo hacía creíble.

   En fin, es un viaje hecho de sudores cercanos y lejanos. Un feliz canon del que se nutrió y nutre este escritor argentino nacido en La Rioja.

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Un examen del cuento El canto del canario. De Héctor David Gatica. 12 junio, 2009

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Una gota de trino de color sangre

Por Horacio Raúl Campos. 

   En la base de la literatura de Gatica se moviliza un diálogo, un debate polémico, una refutación, artísticamente sutil, contra la matriz política y económica que rige a la Argentina desde hace al menos dos siglos. Un rumbo que todavía nunca pudo ser cambiado y que cada vez más se profundiza dramáticamente sobre las espaldas de los que menos tienen, a pesar de las batallas por cambiarlo.

    Dentro de ese esquema general, la escritura de Gatica confronta activamente con la de Joaquín V. González, como decíamos en otra nota. La réplica a la estética ideológica de este escritor aparece desde el lugar menos pensado, aunque también desde el espacio más obvio: Desde la misma La Rioja, claro.

   Nace, crece, y vive desde La Rioja. Su nacimiento se encuentra en el polo opuesto de la geografía local. Es importante aclarar que ello no es una condición necesaria o importante, como sí lo es el despliegue –estético, simbólico, espacial, la calidad de los personajes-, que adquiere mientras crece, gana en vida, se desarrolla y cobra altura la escritura de Gatica.

   El proyecto narrativo y poético de Gatica se universaliza a partir de lo latinoamericano, pero no está en el polo opuesto a González ni es de suma importancia porque uno haya nacido rodeado de montañas y el otro de quebrachos, talas, llanos y puestos. Lo que está en juego es la estética ideológica desde donde escribe cada uno. La geografía, por suerte, no condiciona la visión de mundo.

   Proponer que la geografía condiciona nuestra mirada sobre el mundo, la historia, la política, la vida, es adherir a un fatalismo trasnochado. Sería adherir al rechazable eterno retorno presente en poesías y cuentos de Borges. Por ejemplo, en ‘El brujo postergado’.

   Gatica, en sus cuentos y poesías, rompe con el espacio embalsamado que fijó González en sus relatos y poesías nativistas. Por ese motivo, la escritura de aquel escritor se moviliza por espacios que se parecen, son, los de Latinoamérica profunda.

   En Gatica, como dijimos, no hay lugares sublimados o estáticos, porque propone una ficción plena de vida,  frente a la ficción muerta de González.

 Literatura embalsamada

    A esta altura de las cosas estamos en condiciones de asegurar que la literatura del escritor de Nonogasta se parece mucho al canario embalsamado del cuento El canto del canario de Gatica.  

   El cuento, breve, intervienen dos narradores y está precedido por un epígrafe acerca de la definición que la RAE  da sobre la taxidermia en tanto arte de disecar los animales para conservarlos con apariencia de vida.

   Uno de los narradores, el principal, es el especialista en taxidermia, mientras que el otro le sirve de soporte, que desconoce el asunto, aunque se interesa por ese arte y sus preguntas son respondidas con maestría por aquel y dan lugar al dinamismo del cuento.

   En el cuento aparece un bestiario, desde su título nos retacea información y nunca nos la dará porque el tema fundamental no es el canto de un pájaro, aunque se lo describe brevemente. [Lo es el de la calandria en las Fábulas nativas de González, donde ese pájaro llega para interrumpir el sueño del narrador/autor que duerme la siesta bajo un molle.

   Escribe en ‘Sinfonía de la calandria’, ‘Preludio’, la primera de las fábulas de ese libro: “Rendido por la sed y la fatiga/ el autor de las fábulas, de viaje/ por las altas montañas de la patria/, bajo un frondoso molle de la cumbre/ que un cristalino manantial sombrea/, detúvose a buscar reposo y sueño”. He ahí un acabado ejemplo de nativismo, búsqueda de salud para un cuerpo cansado de las ciudades, todo rodeado de un ambiente pastoril, como un locus amoenus medieval. El proyecto roquista buscaba reposo, orden, paz, curar los supuestos males que le provocaba la inmigración].

   El cuento que nos ocupa ahora hasta tiene el formato periodístico del reportaje. Un ‘periodista’ pregunta y el ‘entrevistado’ responde. Y precisamente el cuento se abre con una pregunta: “¿Y qué es lo más importante?” Se refiere al arte de embalsamar. Y le responde que la “observación” es la clave.   

  A partir de allí, comienza a desfilar un bestiario que el especialista dice que embalsamó. “Yo tengo embalsamada un águila guerrera y me gustaría encontrar un águila real”, responde el narrador principal. Luego dice que hay tres clases de águilas y pone como ejemplo antinómico llevar a la práctica ese arte con un “águila” y con una “paloma”.

   La confrontación entre águila y paloma está colmada de simbología, demasiado hermética. La paloma tradicionalmente es el símbolo de la paz, ya se encuentra en la Biblia y políticamente se suele calificar como ‘palomas’ a integrantes de un sector moderado. La paloma es lo manso y el águila connota políticas imperiales, rapiña, violencia, colonialismo, dictadura.        

   Incluso dice que tiene embalsamado un cóndor “grandioso”. Aquí se encuentra una refutación directa contra la escritura de González, que ensalza ese animal en relatos de Mis Montañas y en Fábulas Nativas. El grandioso cóndor perpetuado e inmovilizado funciona como una metáfora de la escritura de quien fuera ministro de Roca.

   El narrador nos hace saber también acerca de un fracaso cuando intentó hacer lo mismo con un puma, pero lo cazadores en vez de dárselo para inmortalizarlo, se lo comieron. Por lo tanto, en ese caso tampoco hay sublimación de ese animal. Luego hizo lo propio con dos loros robados al gobernador. Aunque ya no tenga los loros, el gobernador, es decir, el poder político, tendrá los repetidores parloteos a perpetuidad. Aquí se puede leer una burla, sin intención pedagógica ni moral.

   A partir de allí, comienza la segunda parte del cuento. El preguntador le pide que le embalsame un sueño, una poesía o un canto. Ello le da pie al narrador-contestador para recordar cuando tuvo que salir a cazar un canario que cantaba en medio del campo.

   Compara el canario que todavía palpitaba luego del tiro de escopeta con los músicos después de un concierto. “¿No le parece?”, le pregunta el entrevistado al entrevistador en una inversión de roles.    

   Y el remate del cuento: “Y ahí lo tengo ahora. Cuando quiera ir a verlo, vaya, se halla igualito en todo: La forma del instante está perfecta. Al embalsamarlo lo he perpetuado. Ese momento tan hermoso de vida y canto quedó para siempre; sólo que le falta la vida y el canto, por la muerte del ave ¿vio?”. Bello, tremendo, final.

 Águila de ficción, águila real

    Se trata de uno de esos cuentos breves, con mucho aroma a esas piezas que nos dieron escritores latinoamericanos, al estilo de Augusto Monterroso, por ejemplo, colmados de ironías, burlas y refutaciones a dogmas del poder, que se bordan sutilmente contra sinvergüenzas e hipócritas de todo pelaje o contra otros escritores, para contradecir una estética que hasta ese momento era indiscutida o que era custodiada celosamente por viudas de un determinado literato.

  El cuento, de post dictadura,  se inicia con la presencia de un “águila guerrera” que se contrapone a una “águila real”, que el narrador todavía no encontró porque expresa que le “gustaría” dar con ese tipo de animal. El águila guerrera es la patria que flamea (véase el cuento de Gatica en ese mismo libro ‘La patria flamea’).

   Ese ave con graves garras y ese calificativo violento a su lado alude nada más y nada menos que a la Bandera argentina, símbolo que a su vez queda petrificado en ‘Aurora’ la canción patria que uno aprendió a internalizar desde la escuela primaria, que se escuchará y se cantará en cualquier acto escolar sea por el motivo que fuere. Una canción que tiene un origen increíble, típica hechura de argentinos. Su origen está relacionado al clima nacionalista conservador y violento de 1908.

   El narrador sospecha que el “águila guerrera” es un símbolo usado y abusado por cualquiera, sobre todo por el poder, que realizó a lo largo de la historia argentina una apropiación de los símbolos patrios para sus proyectos, algo que no podía ser de otra manera, porque ellos, en definitiva, son la patria misma, la nacionalidad y, obviamente, sus celosos custodios, como parte de una esmerada sobreactuación del patriotismo.

   El narrador cuenta: “Yo tengo embalsamada una águila guerrera”. Es decir, que ya posee una bandera sin vida y sin canto, que es la utilizada por el poder (económico, el Estado, el sistema educativo, gobiernos, partidos políticos y demás), de manera embalsamada, ya sin el sentido, ni el poder que encierra el símbolo patrio, sólo convertido, gracias a ese uso y abuso, en un simple paño inerte, sólo con la forma que le dieron los taxidermistas a lo largo de la historia.

   Ese “águila guerrera” embalsamada se ha convertido a lo largo de la historia de la Argentina, en un trozo de género pintado de celeste y blanco, siempre y cuando se lo cambie a tiempo, porque se cuentan por centenares las banderas que lastimosamente flamean, tristemente, colgadas de un mástil herrumbrado como un deshilachado trapo gris, forrado por el hollín de las ciudades. Esas banderas desteñidas, grises, son la metáfora perfecta de la Argentina.

   Pareciera ser que a esas “águilas guerreras” embalsamadas fueron abandonadas por el taxidermista y, por lo tanto, ya ni siquiera son objetos artísticos, que es por cierto el propósito final de ese arte sobre el cuerpo sin vida de un animal, aunque aquí se mantenga una postura contraria a ese tipo de trabajos, por el mismo motivo o por otros que se rechaza el águila guerrera embalsamada.

   No deja de ser inquietante que uno le cante a una ‘águila guerrera embalsamada’, aunque habría que pensar y repensar que quizá quienes le cantamos, de alguna manera o de todas las maneras, también tenemos nuestras ideas y nuestros corazones un poco, o demasiado, embalsamados. Que deambulamos inmovilizados, con nuestras vidas y nuestros cantos un poco cercenados, que necesitan una refundación.

   En la contraposición entre los dos estados de un águila (de ficción-guerrera-embalsamada, y por otro, el animal de la experiencia real),  se juega la imposibilidad de perpetuar las cosas, los paisajes, la fauna, los pueblos, en definitiva un cuerpo social lleno de vida. Parafraseando al narrador se podría decir también que ese momento tan hermoso de vida, colores y canto del águila guerrera quedó fijado para siempre, sólo que le falta la vida y el canto.

   Esta pieza de Gatica es una perfecta refutación a la literatura de González, que a través de su proyecto de escritura nativista lo que realizó es embalsamar  sujetos sociales, paisajes y faunas locales. También es una dura crítica a hechos ocurridos durante la última de las dictaduras.
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González y Gatica: Escrituras enfrentadas 10 marzo, 2009

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Por Horacio Raúl Campos.

 

  La ideología estética de Héctor David Gatica se encuentra en las antípodas de la de Joaquín V. González, porque el escritor de Villa Nidia no hace suyo el nativismo del escritor de Nonogasta.

   Las diferencias, aunque la aclaración resulte obvia, no están fijadas por las meras localidades geográficas en que ambos nacieron.

   El primero inmovilizó en su proyecto nativista conservador a las montañas, las plantas frutales y a una determinada fauna que utilizó conscientemente para dejar por escrito su visión de mundo, en una determinada etapa histórica del país, cuando el sistema político y el roquismo en particular necesitaban el sosiego y el orden para imponer su proyecto.  

   El extremo sur de los llanos es el espacio primordial del nacimiento de Gatica, aunque el horizonte espacial se encuentra ampliado.

   En González, en cambio, leemos una idealización infantil de los espacios, opera a favor de un detenimiento del tiempo y los ubica en una presunta edad dorada, que luego es rota por los bárbaros, aunque luego todo vuelve a su estado original.

   La diferencia fundamental entre ambos proyectos narrativos radica en que Gatica no idealiza los espacios, ni los personajes, ni la fauna. Bajo ningún punto de vista Gatica sublima la naturaleza, como sí lo hace el nonogasteño.

   González huye de la urbanidad hacia las montañas y se esconde en el pueblecillo poético y feudal –como él mismo define a su espacio- en busca de amparo e inmovilidad, frente a una escena multicultural que le ofrecen los grandes centros urbanos.

   Los inmigrantes y sus movilizaciones, especialmente los ubicados en Buenos Aires, son los sujetos a quienes el sistema político y cultural dominante enfrenta desde la experiencia real (represión, leyes) como desde la ficción  (teatro, poesía, cuentos, novelas).

   Frente a ello, Gatica levanta una voz narrativa que da cuenta de  la construcción social  y de los establecimientos humanos, como así también da cuenta del vitalismo de los hombres y mujeres y también de la resignación, degradación y muerte.

   Los personajes de Gatica son vitales, están asentados en sus tierras, trabajan, pueblan, tienen hijos, se degradan, emigran, pierden todo. Mueren viejos, unos, o son asesinados, otros. Sobre todo no son linajudos, ni tienen antepasados guerreros o aristocráticos, ni son tontos o sometidos a burlas, como en las ficciones nativistas de González.

   La tremenda fuerza narrativa de Gatica nos presenta una escritura con un fuerte aroma a carne y hueso. Y de allí que en otra ocasión me tomé el atrevimiento de encasillar a su escritura en lo que llamé un ‘realismo rural’. Sin embargo, no estoy tan seguro de ese encasillamiento. Las clasificaciones, en la literatura, las más de las veces impiden conocer la escritura de un determinado autor o acotan su examen.

   La escritura de Gatica es literatura y listo. Es literatura universal escrita desde y en La Rioja como la escrita por Chejov, Roa Basto o Rulfo.

   No es literatura regional o provincial como la mayoría de los críticos quieren ver en la escritura de Gatica. Esto sería menospreciar su obra o reducir inocentemente su escritura.

   

El rastro del guanaco

 

   Así se llama uno de los cuentos de Gatica, incluido en Los fundadores del olvido, Buenos Aires, Legasa, 1989. La violencia es uno de los elementos fundamentales en la cuentística de este escritor. En el ‘El rastro del guanaco’ aparece la descarnada violencia de la última dictadura.

   Decíamos que Gatica amplía los espacios en su ficción. No aparece, como en la narrativa de González, un pueblecillo estático. En Gatica no sólo aparecen las localidades que lo vieron nacer, sino también otros lugares, aparecen localidades de otro países, es decir, aparece Latinoamérica, los Llanos y la Cordillera de los Andes.

   En ese cuento se pueden leer la construcción y la destrucción; la vida y la muerte; el trabajo, el éxodo y el saqueo; y el guanaco como antagonista del cóndor: “Para Juan no era el cóndor el señor de la montaña sino el guanaco”, escribe el narrador/autor.

   Por lo tanto, la escritura de Gatica no sólo es diametralmente opuesta a la de González, sino que polemiza y replica a la del nonogasteño. El cóndor, en González, huye de la tierra hacia las alturas, se levanta, es más liviano, se aleja de la tierra. Y es para este escritor el dueño de los Andes, el ave sublime.

  El cóndor es una metáfora del mismo González, que por medio de la ficción le permite huir del ruido que en la experiencia del mundo real hay en la tierra, en Gatica, en cambio, el guanaco es una metáfora de los propietarios reales de la tierra, de los puestos, de las cabras y de la escasez de agua, pequeños propietarios y propietarias, que luego son despojados y asesinados.

   El guanaco, a diferencia de ese cóndor nativista, circula por la tierra, no está atado a la tierra, sino que se mueve por ella, por la llanura y por las laderas de las sierras, huye del enemigo, porque el guanaco, como el personaje principal de ese cuento de Gatica, Juan Pereyra, está cercado y se ve obligado a esquivar al perseguidor.

    En ese cuento se narra la violencia, como muchos cuentos, novelas y poesías de nuestro continente. Sin embargo, en Gatica hay una diferencia fundamental. Voy a nombrar sólo dos cuentos de nuestra literatura Latinoamericana: ‘La muerte tiene permiso’ de Edmundo Valadés, relato en que ante la injusticia, los pobres hacen justicia por mano propia y ‘El trueno entre las hojas’ de Roa Bastos, donde los explotados se agarran a los tiros con los explotadores.

   Aquí nada de eso ocurre. No ocurre nada ante el despojo. El siguiente diálogo nos revela una enorme resignación, quizá miedo o impotencia. Juan, el personaje central, luego de perder todo deambula de pueblo en pueblo, clandestino y al llegar a Jagué entabla un diálogo con un antiguo poblador de allí:

 

   “-¿Por qué te largaste Juan a andar así con tu familia, como si fueras un pailero?  

   -Me quitaron la tierra, obligándome a recibir el pago de una miseria por ella.

   -¿Y por qué no te quedaste a pelearla?

   -Me sentía muy solo. Donde mete mano gente del gobierno se hace muy difícil”.

 

   Se trata de la derrota final propinada por una combinación de intereses particulares y la participación del Estado colonizado por esos intereses de clase. Se trata del Estado terrorista que mata a Juan.

   La justicia por mano propia en este cuento de Gatica se invierte. No son los pobres y humillados, cansados de la injusticia, que se rebelan y pasan a la acción, sino que aquí el que hace “justicia” por mano propia, al margen de la legalidad, es el Estado y contra  de los despojados. El cuento, en definitiva, es el relato de una derrota, la más fuerte, una de las más contundentes que sufrieron los de abajo.

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Los ojos de un forastero 18 diciembre, 2008

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Por Horacio Raúl Campos

No pretendía encontrar una aldea estática, al estilo del nativismo de Joaquín V. González, cuando cuenta en algunos de sus relatos acerca de sus regresos a su pueblecillo poético, de las rosas y los viñedos y encuentra todo igual.

No quería encontrar las mismas plantas, las mismas flores, las mismas vides, ni las mismas personas, ni personas que no estuviesen castigadas por el paso de los años.

Seguro que no iba a encontrar a la misma gente, porque algunos ya se fueron. Se fue Noelí, la compañera de escuela primaria que me prestaba su monopatín. Sí, Noelí, con la que jugaba a las escondidas en el canal de la plaza, que aún resiste el paso del tiempo, esa misma Noelí con quien después ya no jugaba, sino que paseábamos por las huertas y las lomas.

Tampoco encontré a quienes siempre tocaban la campana y una insistente caja, en todos los 13 de diciembre. Esas campanadas con la que a uno se le erizaba la piel de emoción, mientras revoleábamos los pañuelos rojos y celestes para decirle a Santa Lucía hasta el año que viene, protégeme la vista.

Tampoco quería encontrar centenares de caballos y mulas atadas en las cercanías de la plaza por los puesteros vecinos, que aprovechaban la ocasión para lucir las mejores caronas y caronillas, cuando se los veía llegar con sus cabezas cubiertas por amplios sombreros negros y las mujeres con sus cabezas atadas por coloridos pañuelos y Noelí ahora mostraba un sugerente vestido blanco que dejaba escapar unas frescas y prepotentes piernas soleadas.

El domingo 14 de diciembre de 2008, bajo un sol llameante, volví a las fiestas de Santa Lucía. No sé cuántos años pasaron desde la última vez, sólo sé que aún estaba la dictadura y que entonces estaba prohibido cantar.
Desde Chamical salimos a la mañana temprano. Mis familiares directos y algunos amigos soportaron mis protestas por los inconcebibles cambios arquitectónicos practicados en la capilla, cuyo original fachada fue totalmente destruida por el descabellado afán de ‘modernizar” su construcción.

Los históricos ladrillos del piso fueron cambiados por unas frías y desaprensivas baldosas; se le agregaron campanarios, la verja original y su puerta metálica fueron eliminadas, como así también la histórica puerta de madera de la entrada principal. ¡Un horror!

Sin dudas que quienes llevaron adelante esos desastres, que intuyo habrán tenido el apoyo de las autoridades eclesiásticas, no tienen ni la más mínima idea sobre la preservación y restauración de lugares históricos. Lo que hicieron con la capilla de Santa Lucía es un verdadero sacrilegio.

A los peregrinos que escuchaban mis protestas se les notaba la perplejidad en sus rostros, como si se dijesen: ‘¿Y este desconocido quién es?’ Aunque seguro que luego sospecharían de que se trataba de alguien que conocía el lugar.

Uno allí, a raíz de ausencias prolongadas, se siente un perfecto forastero, algunos me saludaron desde lejos y yo les respondí el saludo. Quizá lo hicieron creyendo que era otra persona y yo por las dudas les respondí el saludo para no quedar mal, para que luego no digan que no los quiero saludar y también quizá saludé a algunos creyendo que eran conocidos y posiblemente no lo eran o realmente sí lo eran.

Las campanadas de despedidas, el sonido de la caja y las escasas bombas de estruendo; la degradación del lugar, la ausencia de la rueda de la fortuna y de los vendedores de refrescos, peines, lapiceras y perfumes no me produjeron las profundas emociones que sentí en 1973 o en 1983.

La Santa Lucía de la realidad, que besa las sierras, no es el pueblecillo feudal que nos pinta Joaquín V. González, totalmente idealizado y ficticio, mediante el cual busca huir del ruido de las movilizaciones y las múltiples lenguas de los inmigrantes asentados en Buenos Aires.

No quería encontrar todo igual como cuando iba a Santa Lucía pensando que Noelí iba a tener el vestido nuevo que le había regalado un tío.